Si andando por la calle ves la siguiente escena: Un tipo está empujando una silla de ruedas con un paralítico; y a los 2 metros un muchacho en el suelo (o casi) y una bicicleta desparramada. Vos que pensás ?
Puedo adivinar ?
“Claro, el chabón de la bici re zarpado es un irrespetuoso, seguro que apropelló al pobre lisiado pero quien se cayó es él. Que se joda! Seguro que iba como un loco, pensando que toda la ciudad es de él. Hay que matarlos a todos esos !! ”
Pensaste eso, no ?
Bueno, no todo es lo que parece.
Esto pasó el sábado, alrededor de las 9,00 de la mañana, momento en el cual aprovecho el poco movimiento en la bicisenda carioca para realizar mis ejercicios ciclísticos semanales, que dicho sea de paso, (para cancherear y que por lo menos algunos me envidien) hago un mínimo de 25 kms en menos de 1 hora.
Iba por la bicisenda a una velocidad normal para quien anda en bicicleta haciendo ejercicios (la prueba es tal que si llegase a ir como un loco, hoy no estaría escribiendo esto), bueno, sigo. Iba andando por mi carril como Dios y las normas de tránsito mandan, y con el semáforo en verde a mi favor (VER GRÁFICO 1). Visualizo algunos metros mas adelante una silla de ruedas (con un deficiente físico) empujados por una persona, claramente en infracción (Según las normas de tránsito cariocas, la bicisenda es de uso exclusivo para bicicletas, corredores a pie (mientras corran) y sillas de ruedas motorizadas (eléctricas). Está expresamente prohibido en la bicisenda caminar, andar en rollers, skates y sillas de ruedas empujadas a mano. Lo que lo encuadra a estas personas en infractores a las normas de tránsito. El lugar correcto para andar para rollers, caminantes, skates y sillas empujadas debe ser en la vereda (aqui llamado calçadão, pero esa es otra historia).
Continuando con el relato, visualizo esta sillita de ruedas algunos metros adelante y como veo que se mantiene en su derecha (aunque en clara infracción) decido abrirme solo un poco hacia la izquierda y pasarlos, manteniendo la misma velocidad crucero, ya que la situación no se veía peligrosa y no venía ningún ciclista de la mano contraria.
Cuando estoy a solo 2 ó 3 metros de pasarlos, quien empujaba la silla de ruedas visualiza la subida del cordón de la bicisenda hacia la vereda y no se le ocurre otra brillante idea que la de girar a la izquierda, y dirigirse INTEMPESTIVAMENTE hacia la subidita sin mirar atrás, exponiendo de esta forma al pobre discapacitado a una colisión mortal con quien les escribe.
Una vez cerrado el paso, me encuentro a solo centésimas de segundo del inminente choque y debía decidir qué hacer, si colisionar, saltar de la bicicleta, llamar a los bomberos o pedirme un whisky mientras esperaba por mi muerte. (VER GRÁFICO 2)
Modestia aparte, creo que opté (y esto lo digo com razón, solamente ahora) por la mejor decisión. Intenté frenar no muy fuerte, porque si clavaba los frenos, perdería todo control y chocaría de cualquier manera. Entonces frené lo máximo posible para no perder el control de la bicicleta, pasando por el medio, entre la silla y el semáforo (aunque tocando tanto la silla de ruedas de un lado, como el semáforo del otro – aclaro que si chocaba contra el semáforo quien iba a necesitar silla de ruedas sería yo). Una vez pasado por el sector llamado crítico o de colisión, y ya perdido por completo el control de la bicicleta, opté por largarla a su suerte y saltar de ella, caso contrario caería junto con la bicicleta y eso no se lo recomiendo a nadie. Efectuado el salto, la bicicleta cayó bien, con daños mínimos e imperceptibles y yo caí como un gato (como suele decir la Sra Titín de mí: “cayó con estilo”), pero pegándole de puntín al piso, lo que me produjo um leve dolor em el dedo mayor de mi pie izquierdo. Finalmente quedé desacomodado, pero orgulloso, honroso y estoicamente de pie. (VER GRÁFICO 3).
Mi reacción subsiguiente fue dirigirme al discapacitado y preguntarle si se encontraba bien. Me dijo que sí. Me preguntó si yo estaba bien. Le dije que sí.
Al que empujaba la silla de ruedas no le dirigí la palabra. No obstante ello el tipo me mira y me dice: “YO TUVE LA CULPA”.
Mi respuesta fue: “YA SÉ QUE VOS TUVISTE LA CULPA. NO HAY DUDAS DE ESO”.
Agarré mi bicicleta y continué marcha, no sin antes agradecerle a mi angelito de la guarda por su protección.
Hoy les escribo, haciendo alarde de mis reflejos y pericia al volante.
Así que la próxima vez que vean algo parecido, no prejuzguen. A lo mejor la viejita atropellada no es más que una pelotuda imprudente...
ILUSTRACIÓN GRÁFICA